Nuestro Padre Jesús de la Redención en el beso de Judas

Lunes Santo 2019. Salvador López

«Aún estaba Él hablando y he aquí que llegó una turba, y el llamado Judas, uno de los doce, los precedía, el cual, acercándose a Jesús lo besó. Jesús le dijo: ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?.

Viendo los que estaban en torno a Él lo que iba a suceder, le dijeron: Señor, ¿herimos con la espada? Y uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote y le llevó la oreja derecha» (Lucas 22, 47-50)

La talla del Señor no fue encargada de forma independiente, también a Lastrucci, sino a la vez que Judas, ambas en un mismo contrato en julio de 1957. Esto significa que el Señor de la Redención fue concebido para ser incluido en un pasaje bíblico concreto, imprimiéndosele en sus rasgos, sobre todo faciales, señales del dramatismo de la escena representada, la de la traición de uno de los apóstoles en el huerto donde oraba aquella noche.

La Hermandad procede a redactar un informe en el que se detallan los aspectos y objetivos que deben inspirar la ejecución de las imágenes del Señor y de Judas, además de las pautas a seguir para conseguir plasmar a la perfección la escena deseada. Firmado por Eugenio Hernández Bastos, por entonces, Director Espiritual de la corporación, con fecha de Viernes Santo de 1957, ese informe marcaría la interpretación del paso de misterio.

Si bien en Sevilla hay pasos que representan pasajes bíblicos desde la llegada de Jesús a Jerusalén es con el beso de Judas cuando se inicia realmente la Pasión de Cristo. A partir de entonces, todo se convertirá en una sucesión de hechos encadenados que finalizarán con el doloroso trance de su muerte en la cruz.

Judas. Fotografía de Israel Adorna.

La imagen de Nuestro Padre Jesús de la Redención, en función de aquel guión, debía expresar en sus rasgos faciales y gestos el cúmulo de sensaciones que pudo sentir Jesús en aquellos momentos fatídicos en el huerto de Getsemaní. Instantes en los que se mezclaron la amarga soledad previa en su oración al Padre, el desconsuelo por el abandono de sus discípulos, la tristeza por la traición de su amigo Judas unida a su fugaz perdón, y la incertidumbre sobre su futuro inmediato, sumando a todo ello una actitud de serenidad ante la cercanía de su padecimiento. Pero vayamos por parte:

El Señor. Fotografía de Alejandro Braña

Jesús mantuvo una lucha interior en su oración en el huerto: aceptar o rechazar la voluntad del Padre. Era hombre, y como tal, el miedo le invadió por todo el cuerpo, hasta el punto de sudar sangre. «Jesús enjugó y secó su rostro, pero en Él quedaron marcadas las huellas físicas y morales de su interior lucha. Deben tener reflejo en el rostro del Cristo esos sentimientos» recogen las pautas de su creación.

Una vez aceptada la voluntad del Padre, el informe indica la necesidad de imprimir este hecho de forma que «sobre un rostro ensombrecido por tanto dolor ha de brillar un claroscuro de recuperación y serenidad» . Disueltas las dudas, Jesús ha aceptado salvar a la humanidad. En esos pensamientos estaba cuando, en la oscuridad de la noche del barrio de Santiago, advierte la cercanía del apóstol infiel: «Va presentándose en su rostro la tristeza inmensa, humana, del amigo traicionado. Esa inminencia del encuentro con él es una violencia que forzosamente ha de reflejarse en el rostro de Jesús». Así lo personificaría a la perfección Castillo Lastrucci en su obra, presentada al público en marzo de 1958.

Fotografía de Israel Adorna

La última escena que analiza Eugenio Hernández Bastos en su guión, pasaje clave para entender el conjunto iconográfico del misterio, así como el semblante del Señor, es el momento del beso de Judas. Indica que «su rostro ha de expresar el dolor del amigo bueno traicionado y también un anhelo de clemencia amigable que invita y reconviene, llamándole al arrepentimiento». Cabe destacar en este punto que la situación de las imágenes principales se corresponde al momento posterior al beso, detalle muy desconocido. El objetivo de la Hermandad al encargar de este modo la figura del Señor, aparte de motivos devocionales, es conseguir que «el rostro y actitud de Cristo exprese lo más divinamente humano, con la mayor riqueza de datos físicos y psíquicos; algo de los diversos estados por los que pasó Cristo».